LA MANO QUE BAILA

Querida abuelita.

Te escribo por algo muy especial. Sé que te podría llamar por teléfono. O que podría decirle a mamá que te llamara con el WhatsApp del móvil para verte. Pero también sé que no te gustarían tanto estas cosas como te va a ilusionar mi carta. Además, ya no me gusta tanto cuando nos vemos porque sólo me enseñas tu cara y ni siquiera veo los lugares tan emocionantes por los que estás viajando.

Escucha. Ayer estaba en el parque al que íbamos por la tarde, jugando a la pelota con Raúl. Por cierto, que sepas que se acuerda un montón de ti y de tus caramelos de miel. Pues eso, jugaba con la pelota y al lanzar con el pie derecho, se movió la arena. ¡Y…tachán! ¿Sabes lo que apareció????? Ni te lo puedes imaginar. ¡La pulsera de oro! La que me regalaste y se me había perdido. La que buscamos durante horas y no aparecía. ¡¡¡La misma!!!

¿A que es magia? No un milagro como dijo la madre de Raúl. ¡Pura MAGIA!!!

Mamá se emocionó un poco. Yo creo que se acuerda mucho de ti y, claro, al ver la pulsera, se le llenaron los ojos de lágrimas. Como aquella vez que te bailaba tanto la mano y tú dijiste que pronto no ibas a necesitar batidora para hacer la mayonesa. Yo, me reí mucho, pero después me quedé callada, al ver sus lágrimas. Ya sabes cómo es. Enseguida, se puso de pie, como aquella vez, llevó la pulsera a la fuente y dijo:

—Madre mía, como nueva después de un año.

Tenías que haber visto la cara de la madre de Raúl con ese dato. Más rara que de costumbre. Ahí fue donde dijo lo del milagro. No, no, primero preguntó:

—¿Estás segura de que es la misma?

Y ahí estaba. Mi nombre grabado y la fecha de mi cumple que también demostraba lo del año.

Te imagino con los ojos como dos platos. Je. Je. Para que no creas que te engaño, aquí va la foto con la pulsera en primer plano y otra de toda yo. Así me ves con ella puesta y también cuánto he crecido.

Sé que podría pedirle a mamá llamarte por el Skype con el ordenador, pero no te gustaría tanto como las fotos.

¡Que nos conocemos abuelita!

Pues esta era la noticia. Espero que puedas venir para Navidad. Mamá dice que no sabe muy bien cuándo vuelves.

El otro día escuché a papá que decía algo así como te estabas gastando todo el dinero que habías ahorrado como profe de literatura y que, a este paso, todo se iba a ir en “esa aventura”. Pues qué quieres que te diga, a mí me gusta tener una abuela aventurera.

Pero esa noche, después de escuchar a papá, tuve una de esas que tú conoces, como cuando a veces te quedabas a cuidarme y me decías:

— Imagina un campo. Todo verde y con el sol arriba. Verás cómo se te pasan los pensamientos feos.

Era muy fácil decirlo y hacerlo cuando estábamos juntas, porque tú siempre dejabas las puertas abiertas por si me despertaban las pesadillas y venías como un rayo si gritaba en la noche. Pero papá se empeña en que tengo que apagar todas las luces y en que ya soy mayor y no tengo que llorar como un bebé.

Te echo mucho de menos, abuelita. Y te quiero hasta el infinito, que sigo sin saber dónde está. Pero, como me has dicho que si tú lo encuentras me mandas foto…

Y aquí mi nueva firma que espero que te guste más que la última. Mil besos de tu nieta.

Carlota

La abuela metió la carta de Carlota en la mesilla de noche de la habitación del hospital. Volvería a leerla a la noche para conciliar el sueño con una sonrisa. Le hubiera gustado hacerlo en ese momento, pero le tocaba ahora el tratamiento con ultrasonidos.

—No hay forma de que seas puntual— le decía siempre el doctor cuando bajaba a la sesión.

—Si me ayudarais en el paseo— bromeaba ella, aunque sabía que eran muy estrictos con la norma del hospital de no intervenir cuando los pacientes todavía podían ser autónomos, aunque supusiera un gran esfuerzo y los movimientos fueran cada vez más lentos.

Sabía que todo el equipo estaba pendiente de sus trayectos, pero no intervenían si no era totalmente necesario.

Al principio de su ingreso, le había producido cierta agresividad este criterio del hospital, pero, con el tiempo, había aprendido a agradecer que no fueran paternalistas.

También esperaba que su nieta Carlota supiera agradecer aquella vez que le dijo que se tenía que aprender a defender sola de la niña que le quitaba las cosas de su mochila en el colegio. Hubiera sido mucho más fácil ir a hablar con la profesora, pero quería que su nieta tomara la iniciativa.

—Abuelita, es que ella es más alta y grita mucho.

—Pero tú, eres más lista y más buena. También se lo puedes decir a la señorita. Pero tú Calota, ni mamá, ni papá, ni la abuelita.

—Si papá nunca viene al cole…

Querida Carlota.

Te iba a escribir esta noche desde el hotel, pero, me ha gustado tanto tu carta, que lo estoy haciendo en un descansito del sendero de hoy.

¡Tenías razón! Me he quedado anonadada (busca la palabra en el diccionario) con lo de la pulsera. Claro que es magia. Seguro que algún ser del fondo de la tierra la ha tenido guardada. Tendremos que descubrir para qué. Si se te ocurre algo, me lo cuentas. Si se me ocurre algo a mí, también te lo escribiré.

Nueva Zelanda es preciosa. Y he descubierto que es la tierra de El Señor de los Anillos. Estoy sacando un montón de fotos para enseñarte. Pero ya sabes, en papel, como le gusta a esta abuela que tienes.

Nos quedan aquí dos semanas más.

Después, emprendemos viaje a Canadá. Ya te mandaré la nueva dirección para las cartas.

¡Uy! Te dejo que ya nos ponemos en marcha. Sigo luego…

La abuela guardó en el sobre la carta con mano temblorosa y sonrió al pensar lo que le diría a Carlota en ese momento.

—Mi mano baila al mismo ritmo de este corazón que tanto te quiere.