EL ARTISTA EN EL MUNDO EDUCATIVO

Obligada a simplificar, clasificándola la multiplicidad de los ciudadanos y a considerar siempre a la humanidad sirviéndose de una representación indirecta, la clase dirigente acaba perdiéndola totalmente de vista, confundiéndola con una obra imperfecta del entendimiento; y los ciudadanos no pueden sino recibir con indiferencia unas leyes que bien poco tienen que ver con ellos mismos.

Asombroso ¿no es cierto? Que estas palabras de Schiller, poeta, dramaturgo y también filósofo fueran escritas en el año 1795 en una maravillosa obra Cartas sobre la educación estética del hombre, una profunda reflexión sobre la importancia del arte para la educación en el individuo y, como consecuencia para la sociedad. Por tanto, cuando Friedrich Schiller reflexiona sobre el arte y la educación su obra no sólo es filosófica, psicológica, sino también política. Así más adelante el autor escribe La época (habla como os digo del año 1795….) no parece pronunciarse en absoluto a favor del arte; al menos no del arte en profundidad.

El provecho es el gran ídolo de nuestra época, al que se someten todas las fuerzas y rinden tributo todos los talentos. El mérito espiritual del arte carece de valor en esta burda balanza y, privado de todo estímulo, el arte abandona el ruidoso mercado del siglo…

Y termino las citas de esta hermosa obra con unas palabras que me sirven para fundamentar parte de mi reflexión:

Convenceros de que para resolver en la experiencia los problemas políticos y sociales, hay que tomar por la vía estética (la vía del arte), porque es a través de la belleza como se llega a la libertad.

La sociedad que Schiller nos describe en sus Cartas sobre la educación estética del hombre, tiene muchos puntos de contacto, desgraciadamente, demasiados con el momento actual.

Atravesamos una crisis total y planetaria. Escuchando y leyendo las noticias diarias, es muy difícil creer y esperar que el mundo supere fácilmente la crisis por la que atraviesa. El desarrollo facilitado por la técnica y el dominio económico han tenido consecuencias terribles para la humanidad.

Estamos en un momento en el que en vez de pensar en mejorar el mundo nos enfrentamos a la situación de pensar en qué hacer para que este mundo no se deshaga.

La concepción renacentista del ser humano y su existencia vino a reemplazar la angustia metafísica y religiosa, por una euforia hacia la conquista del universo a través de la eficacia, la precisión y el saber técnico.

Se pensó, entonces, que el mundo sensorial era un mundo ilusorio frente al mundo real, que sería el mundo de las propiedades matemáticas, que sólo pueden ser descubiertas por el intelecto y que aparecían en total contradicción con respecto al testimonio de los sentidos.

Hubo, pues, un divorcio entre el pensamiento científico y el respeto por los datos de los sentidos.

Las doctrinas e instituciones de la práctica educativa han dependido siempre de las filosofías y corrientes de cada época. Si observamos los sistemas predominantes durante los últimos siglos, vemos que prevalecen conceptos positivistas de pensamiento. Se considera que el proceso de pensamiento, tal como lo concibe la ciencia de la lógica, confiere su base más profunda a nuestro método de adquirir conocimiento. De esta manera, sienta las bases que la realidad debe adoptar para llegar a ser objeto del conocimiento.

Las materias enseñadas aparecen como una estructura de lógica cargada de hechos, de fórmulas y de reglas.

Pensemos en la contradicción que supone todo este orden de cosas conociendo que el niño es incapaz de pensamiento lógico antes de los catorce años y que cualquier intento de forzar un desarrollo prematuro de los acontecimientos es antinatural y puede resultar, incluso, perjudicial.

Las reformas del sistema educativo que se han abordado en los Programas educativos en los últimos tiempos, han sido, en mayor o menor medida, parches que no han modificado en la base este concepto totalmente cuántico del sistema educativo.

En otro orden de cosas, en la mayor parte de las actividades que los niños y adolescentes realizan o en los estímulos que reciben a lo largo del día, deben abandonar en gran medida, la subjetividad, el mundo interno, para poder adaptarse a la realidad que esta sociedad les ofrece. Los centros escolares exigidos por un exceso de contenidos a desarrollar y una creciente tarea burocrática, no pueden desarrollan en general un trabajo que parta de la individualización y la diferencia como eje fundamental educativo. El consumismo, la televisión, la tecnología, la ilusoria comunicación virtual, la necesidad de efectividad y resultados rápidos, ejercen una feroz presión en los niños y en los jóvenes y posibilitan a las grandes empresas y nuestros dirigentes la compra y la venta de la infancia y adolescencia.

No puede hablarse de educación global sin arte, si no existe contacto con el arte, ya que el establecer una armonía entre la sociedad y los individuos que la componen es la tarea fundamental de la educación y ese proceso de ajuste es siempre un proceso de imaginación creadora. Por tal razón práctica, tenemos en el arte la base de toda técnica educativa eficaz.

Se hace por tanto, cada vez más necesario ofrecer a los niños y los adolescentes espacios simbólicos. Se hace fundamental el otorgar a los niños, a los adolescentes y a los jóvenes espacios dónde puedan ejercer su individualidad y su condición de sujetos. Espacios de ritual laico en los que puedan sacar afuera sensaciones y emoción: espacios simbólicos desde la educación en el arte.

El brindar a los jóvenes un contacto con la expresión artística puede dar un lugar a la elaboración del deseo a través de la acción simbólica.

Quisiera compartir con vosotros las palabras de Platón formuladas en su obra “La República, hace ya muchos siglos:

“Dar al individuo una conciencia sensorial concreta de la armonía y el ritmo que intervienen en la constitución de todos los cuerpos vivos y las plantas, conciencia que es la base formal de todas las obras de arte, con el fin de que el niño participe en su vida y actividades, de la misma gracia y belleza orgánicas. Mediante esta educación, hacemos al niño consciente de ese instinto de relaciones que, aun antes del advenimiento de la razón, le permitirá distinguir lo hermoso de lo feo, lo bueno de lo malo, el comportamiento adecuado del comportamiento erróneo, la persona noble de la innoble

Educar la sensibilidad para convertirnos en objetos de arte es desarrollar nuestra capacidad de simbolizar, tarea primordial y única para ser mejores como especie, pero eso necesita un espacio y un tiempo de vida compartida con otros. No se trata de ganar y gastar, de comprar y vender, de consumir. Se trata de generar espacios en donde el alma, en su sentido más íntimo, tenga un lugar para expandir su singularidad, ser y encontrarse con otras. Porque como dice Sabater “Nacemos humanos pero eso no basta: tenemos también que llegar a serlo. ¡Y se da por supuesto que podemos fracasar en el intento o rechazar la ocasión misma de intentarlo!

¿Qué papel deben jugar los artistas y las compañías de arte para la infancia en el mundo educativo?

Dentro da las aportaciones concretas que los artistas y las agrupaciones de artistas pueden donar en el ámbito educativo, haría dos apartados:

  1. Aportaciones educativas desde sus propias producciones artísticas.
  2. Aportaciones pedagógicas como profesionales que imparten materias artísticas en sus propias escuelas o en proyectos y experiencias concretas dentro del ámbito educativo.

En el desarrollo del primer apartado, comenzaría con una pregunta ¿todo arte es educativo? ¿De qué arte estamos hablando? El arte obedece al mismo impulso humano que nos lleva a la ciencia o a la religión: es decir el rechazo del caos que nos sabemos parte. Si la ciencia trata de explicar el caos, el arte intenta darle forma. Lo que proporciona al arte su carácter emocionante, es decir “generador de emoción” es precisamente esa aprehensión de una forma cuyo orden interno viene a negar el caos que nos desasosiega desde los albores de la conciencia humana. Es a partir de esa concepción desde la que yo afirmo que la producción artística es educativa. Y para ello la obra representada por los artistas deben ser eso: una obra de arte. Para disfrutar de una buena versión de La flauta Mágica de Mozart no hace falta estudiar nada: sólo hace falta tener las puertas de la percepción abiertas y dispuestas. Claro está, una vez ganados por la emoción de la obra, los niños querrán saber más de ella, querrán cantar tal fragmento, querrán conocer las razones de la iniciación de Tamino, querrán tocar la flauta. El placer les llevará al estudio de un modo perfectamente natural.

Pero es importante no equivocar la consecuencia natural educativa cuando los niños espectadores se enfrentan a una obra de arte de calidad con el didactismo en el arte para niños. Existe el prejuicio, todavía muy vivo, de que el arte que proponemos a la infancia debe enseñar, predicar, moralizar…así han aparecido (también por una necesidad de mercado) muchos espectáculos de artes escénicas relacionados por ejemplo con la paz, la ecología…también sobre la guerra, la mudez o la muerte. Sin quitar su valor a los contenidos, me parece importante señalar y reflexionar sobre la importancia de no sacralizar lo secundario y menospreciar lo fundamental. En el arte, el mensaje es la forma; es decir, desde el punto de vista artístico, no hay más mensaje que el propio ser de la obra de arte. Desde luego, una obra de arte aunque no sea verbal puede tener “argumento”, pero no deberíamos otorgar al argumento un papel esencial en lo educativo: el argumento incita al artista, pero la obra de arte solo aparece en todo su poder emocionante cuando el artista empieza a organizar la formar. Si no estaremos cayendo de nuevo en el mismo problema de concepto educativo que en otras materias. No es educativo exclusivamente lo que el niño “entiende” desde la razón, sino lo que es capaz de emocionar y vivir desde lo inconsciente. Lo que se elabora a través de los símbolos y de los significantes. Lo que representa. Lo verdaderamente educativo por tanto es el arte en sí mismo. El arte que debe dirigirse a los niños no es esencialmente diferente del que se dirige a otro público, no hay límites estéticos; los límites que los artistas debemos imponernos son los de la experiencia del niño (evolutiva, vital o cultural) para que la comunicación no resulte imposible y para no violentar procesos de desarrollo estructurales desde lo psíquico. Cuando una obra de arte dirigida a niños es de calidad educativa, cuando ese arte es verdadero deviene simplemente arte universal y satisface estéticamente a pequeños y a mayores indistintamente.

Es desde este mismo concepto de la colocación del artista ante sus producciones dirigidas a la infancia, desde el que los artistas deben tomar su roll de maestro al desarrollar una tarea educativa impartiendo directamente clases, ya sea en sus escuelas, en centros escolares o programas específicos. Hace poco tuve oportunidad de leer un informe realizado por Eurydice (Red europea de información sobre educación), bastante reciente -2009- que lleva por título Educación artística y cultural en el contexto escolar en Europa y que quizá conozcáis. Además de cierta alegría porque se realicen a nivel europeos estudios que analicen este aspecto y también que se den propuestas para incluir en el sistema educativo europeo asignaturas de expresión artística, viví una clara ambivalencia al leer que se hablaba de estas materias con términos muy semejantes a otras asignaturas: evaluación, objetivos, estadísticas, resultados…Estamos de acuerdo en que el arte debería estar presente en la escuela como verdadera vía de conocimiento. Y, desde luego no, como suele ocurrir ahora, con una presencia folklórica de trabajos manuales o unas sesiones testimoniales de flauta de pico o de teatro en forma de representación navideña o de fin de curso, pero tampoco debe ni puede ser incluida como historia memorizable o asignatura evaluable. La emoción y el interno transformado de nuevo en razón y lógica. El arte debe incluirse en el sistema educativo como una realidad generadora de emoción. La misión del educador en arte no debe ser el impartir contenidos y evaluar si los alumnos han “aprendido” estos contenidos (como ha ocurrido con la inclusión de la expresión corporal en la Educación física).

La tarea pedagógica en el arte debe crear un espacio donde capturar e inmortalizar algo de lo inabordable e intangible que es lo real y dar cuenta de esa porción de realidad desde las emociones que surgen desde lo más interno del ser humano; un espacio para re-crear, de una manera absolutamente propia y singular el mundo de lo incognoscible; un espacio donde transitar por el mundo interior y exterior, un escenario intermedio y ficcional.

Y ¿quién mejor que el propio artista para transmitir esta vivencia con el arte?

¿Cuáles serían los rasgo comunes que el artista aportar el artista a nivel educativo tanto con sus propios espectáculos como impartiendo clases?

Para los profesionales que trabajamos con la infancia y el arte lo más importante debiera ser el perder el miedo apoder pensar en nuestras propias crisis, en nuestras propias pasiones como adultos en relación a lo que nos provocan los niños y adolescentes circundantes. Perder el miedo a enfrentarnos a nuestros propios límites, al paso del tiempo y a la muerte. A nuestra propia vida, a nuestro inconsciente.

El profesor, el artista, el programador dedicado a la infancia, necesita evidentemente- y esta debería ser otra verdad de Perogrullo– una preparación técnica y didáctica adecuada, un trabajo sobre nosotros mismos en profundidad y un respeto a nuestra propia capacidad para crear, para asociar, para flexibilizar, para vivir. Desde estos postulados, podremos estar muy cerca cuando un niño nos entregue con su mano vacía una estrella, recibirla desde nuestro ser de adultos y ofrecer la técnica y las herramientas necesarias para hacer crecer esa estrella, ese deseo de expresar y comunicar.

Debemos, y nuestra responsabilidad es grande, educar la sensibilidad para convertirnos a nosotros mismos, a los alumnos, al público…en objetos de arte, para desarrollar nuestra capacidad de simbolizar, tarea primordial y única, como decíamos antes, para ser mejores como especie.

Desde este marco, el trabajo con niños y adolescentes que propongo es el que convoca periódicamente a compartir una experiencia dirigida al territorio del misterio y no de las certezas.

Un enfoque que aborde, no el explicitar, sino el trabajo con el ritual, la forma de un escalofrío, la arquitectura de los temblores. Porque si eso no es nuestra vida (alumnos, profesores y artistas) ¿qué es entonces?