Las tertulias mensuales que llevábamos realizando desde hacía diez años eran cada vez más difíciles. Nuestras vidas seguían rumbos bien diferentes y lo que nos había unido a las siete- el aprendizaje de la expresión Corporal en nuestros años “mozos”- se iba diluyendo en el tiempo. La “identidad profesional” (arquitecta, maestra, escritora, alto cargo de telefónica, psicóloga, gerente de Cear, y servidora- actriz-) nos había sumergido en nuevos guetos, en nuevas relaciones, en otros tiempos y en otros espacios. Empezaron las excusas que nacen cuando muere el deseo, hoy no puedo, estoy cansada, ha sido una semana de locos, tengo una reunión, se ha puesto malo mi hijo (ninguno bajaba de los doce años), podríamos quedar el mes que viene…
La despedida fue una fiesta de palabras, cañas por todo lo alto y cena en un italiano; alguien me propuso que tomara notas para que quedara escrito (siempre tuve fama de ser la más organizada, triste destino para una actriz) todo lo que aquella noche se dijera permanecería en papel después de diez años de palabras al viento.
Resolvimos no escribir los nombres verdaderos y, con nuestro orgullo, confesado repetidamente, de ser siete, buscamos símbolos para renombrarnos; teníamos dónde elegir: los siete días de la semana, los siete planetas, las siete esferas celestes, la rosa de los siete pétalos, los siete colores del arco iris, aunque a mí la que más me gusta es la simbología que plantea Nizami en su obra “Las siete princesas”: siete palacios tienen cada uno el color de uno de los siete planetas, en cada uno de ellos se encuentra una princesa de uno de los siete climas. Pero el número siete también es el símbolo de una totalidad, de una totalidad en movimiento o de un dinamismo total. A alguna se le ocurrió que seríamos siete pero fundidas en una, como los Tres Mosqueteros, pero más; no haría falta dar autoría a las palabras, serían pensamientos de todas y de cada una al mismo tiempo. Muy bonita la idea y el éxtasis que todas sentimos al escuchar algo tan trascendente en el día de la despedida, aunque algo me decía que pasados los cuarenta no estaría de más dar paternidad a nuestros pensamientos aunque se tratara de siete mujeres. En ese momento se ve que mi condición de actriz buscó otro significado a ese caos de totalidad y pensé, que al escribirlo, podría parecer el texto de un monólogo de una mujer y sus propias contradicciones o el desarrollo delirante de un personaje esquizofrénico de personalidad múltiple. Entonces decidí ponerle un título, eso me tranquilizó.
Monólogo para una esquizofrénica
– Creo que fue Hipócrates el que dijo que el número siete, por sus virtudes escondidas, da vida y movimiento y que influye hasta en los seres celestiales.
– En la Biblia se emplea frecuentemente, por ejemplo candelabro de siete brazos, siete espíritus reposando sobre la vara de Jesé, siete cielos dónde habitan los órdenes angélicos; Salomón construye el templo en siete años, el séptimo día de reposo en la creación.
– Pero es también la cifra de Satán, acordaros que la bestia infernal del Apocalipsis tiene siete cabezas.
– ¿No os produce cierto estado de ansiedad eso de los septenios?
– ¿Por qué?
– Por el hecho de que indica el paso de lo conocido a lo desconocido; un ciclo se ha completado ¿cuál será el siguiente?
– ¿Tú crees que algo se completa? Me parece más bien que sufrimos en la medida en que nada se completa, nos pasamos la vida buscando que algo cierre y eso, nunca llega. Nos quedamos en el sexto día de la creación sin que llegue el descanso que significaría el todo, el designio de la perfección.
– A mí siempre me ha gustado la interpretación que del siete se da en los cuentos y en las leyendas. Serían los siete grados de conciencia, las siete etapas de la evolución: La conciencia del cuerpo físico, la conciencia de la emoción, conciencia de la inteligencia, conciencia de la intuición, conciencia de la espiritualidad, conciencia de la voluntad y conciencia de la vida.
-Creo que para el ser humano la única conciencia que existe es la conciencia de la muerte.
– Claro, pero la gracia está en como cada uno nos las apañamos para tramitar y convivir con esa conciencia de muerte. Creo que eso es lo que realmente diferencia a un ser humano de otro; la conciencia de finitud puede llevarnos a aceptar límites y vivir en los placeres más pequeños o por el contrario puede suponer una necesidad de negación, de alienación, de huída. Y para no quedarnos en el todo o la nada, que los años deben servir para algo, también podríamos hablar de multitud de matices en medio de estos opuestos.
– Pues a mí me parece que desde el siglo XVIII vamos más hacia el polo de la negación de la muerte que a otra cosa; ante el miedo al misterio de la vida y la muerte, el hombre ha ido erigiéndose, cada vez más, en “aspirante a dios” en un deseo de controlar a través del saber. El pensamiento científico, lo números, la tecnología se han ido postulando como únicos medios para el camino hacia el llamado “progreso”. Pero un progreso apartado de otros aspectos fundamentales del hombre; en disociación total con lo que podríamos llamar mundo del cuerpo, de los sentidos, de las emociones.
– Tiene que ver totalmente con la ideología. Forma parte del capitalismo. Los números tienen ideología, guapa, no son inocentes. La objetividad, la ley científica, las funciones fijas, la lógica misma, no son neutrales ni eternas, sino que expresan la visión del mundo, la estructura económica de poder, los ideales políticos de la clase dominante, y, en particular, de la burguesía occidental.
– ¿Nos vas a hablar otra vez del marxismo?
– En realidad nunca me habéis dejado hablar del pensamiento marxista. Os movéis en un montón de pre-juicios, pero seguro que ninguna de las seis habéis leído ni El Capital.
– Reconociendo tamaña culpa, vamos a dejarte, por ser hoy el último encuentro, que te explayes en torno a tu Marx.
– Es más actual que nunca. Él parte de algo evidente en nuestros días: es el sistema económico dominante el que determina la estructura social y la superestructura política e intelectual de cada periodo histórico. Marx decía que el obrero estaba sometido a la alienación, tanto intelectual como económica; yo os digo algo más, que esa alienación, en el momento actual, la tenemos todos, no sólo los obreros, a través de la llamada “globalización”. Sin embargo ese término aparentemente común, marca, más que nunca, el que existan unos pocos que ejercen el poder sobre todo el resto. Estamos sometidos a una alienación en el pensamiento generalizada, en eso sí estamos globalizados, en la estupidización. Si tomáramos conciencia de esta situación a partir de un verdadero trabajo de base informativa y cultural, la cosa podría cambiar. Podría existir una alternativa, concienciando a las personas de lo sometidas que estamos al pensamiento dominante.
– A pesar de la edad, todavía crees en las utopías; tú y, discúlpame, pero también Marx, partís de una nostalgia del Absoluto profundamente arraigada; de un ideal de sociedad perfecta, dónde todos podemos ser libres o buenos o iguales. Era un mito la idea del comunismo de un sueño futuro de reconciliación humana y advenimiento del reino de la abundancia, cómo también es un mito el creer, como crees tú, que todos los seres humanos puedan llegar a un grado de conciencia intelectual igualitaria, a un deseo de libertad plena, a una protesta a su sometimiento. Sigues creyendo que es posible dar un sentido a la existencia humana de manera global y dotas de justificación trascendente a esa subjetividad.
– Sí, a mí también me resuena a algo muy utópico, muy como el modelo ideal de ciudad que Platón nos propone en La República y que él cree posible construir en la tierra. En ella los ciudadanos también serán buenos y civilizados; esa bondad se conseguiría a través del conocimiento, un poco lo mismo que tu planteas, una esperanza en conseguir hombres perfectos, capaces de elevar la vida del pueblo.
– No compares lo que digo con Platón; era un machista y un esclavista.
– ¡Ya te has pasado! ¿Cómo puedes sacar de su contexto histórico los planteamientos del filósofo? No se pueden hacer este tipo de comparaciones, no tienen rigor.
– Pero yo hablo de un cambio desde el marxismo, no desde una filosofía elitista.
– ¿Sabéis que cuando Marx era joven lo último que pensaba escribir era una crítica importante de economía política? En lo que estaba trabajando era en un poéma épico sobre Prometeo. ¿No os resulta curioso? Como portador del fuego destructor, pero también purificador, de la verdad, o lo que es igual, de la interpretación materialista-dialéctica de la fuerza económica y social de la historia, Prometeo-Marx conducirá a la humanidad esclavizada hasta la nueva aurora de la libertad. Es creer que el hombre fue alguna vez inocente.
– Tendemos a llamar utópico a lo que no se ha conseguido, pero si no fuera por los pensamientos utópicos a lo peor todavía estábamos en las cavernas.
– Eso no tiene nada que ver; es muy diferente. No me refiero a utópico en cuanto a función humana de búsqueda, de crecimiento, de superación, de estructuración de pensamientos, de acciones éticas, hablo de utopía en cuanto a pensamientos referidos a una totalidad, a una creencia en la superación total de las contradicciones humanas, a una anulación de la subjetividad. Las utopías buscan una especie de superación de la muerte o una humanización de la divinidad. De verdad, para el Marxismo no se diferencia demasiado del catolicismo, parece que se sustituye la figura de Dios por el “porvenir”, por el futuro. Es la creencia de querer instaurar el reino de Dios, pero en la tierra.
– ¿Y eso lo veis como algo negativo? Me está viniendo a la cabeza un poema de Benedetti que siempre me ha gustado mucho, por eso me lo sé de memoria, dice así: Cómo voy a creer-dijo fulano/ que el mundo se quedó sin utopías/ cómo voy a creer/ que la esperanza es un olvido/ o que el placer una tristeza/ cómo voy a creer- dijo fulano/ que el universo es una ruina/ aunque lo sea/ o la muerte es el silencio/ aunque lo sea/ cómo voy a creer/ que el horizonte es frontera/ que el mar es nadie/ que la noche es nada/
– El mismo poema dice que la muerte es silencio, que la noche es nada. Ante algo así, muchas personas todavía necesitan creer en Utopías.
– Como tú, que pareces Woddy Allen, ¿Cuántos años llevas con tu psicoanalista? Veinte?
¿Qué esperas cambiar? Después tú hablas de Utopías.
– El psicoanálisis nada tiene que ver con las Utopías; tiene que ver con la conciencia. Freud fue un gran pensador”
– ¿Conciencia? Pero si justamente de lo que habla es del inconsciente.
– Lo que él invierte en la posición filosófica clásica de la relación conciencia-inconsciente; no es en el sentido de una jerarquía, sino en el alcance de una función: Lo que depende de las expresiones más elaboradas de la conciencia psicológica-conceptos, ideas, voluntad…- participa de procesos inconscientes presentes en la vida pulsional de cada uno; los mecanismos mismos son deudores de la actividad del inconsciente. Lo que él quiere decir es que aquello que entra en el campo de la conciencia es, por una parte, parcial y mutilado, y por otra, está disfrazado, deformado, en una palabra, ya traducido e interpretado. Siempre me llama la atención que se critique de manera tan visceral, tan fóbica el psicoanálisis, y, en la mayor parte de los casos, sin haber leído ni un texto de Freud ni haberse psicoanalizado. Por ejemplo vosotras profesionales de ramas que profundizan en el ser humano…
– Oye, que no todas tenemos esa actitud que comentas con respecto al psicoanálisis. A mí, me interesa todo lo que aporta en torno al lenguaje, al significado y significante y su relación con la literatura. En esa escisión, que decías tú antes, entre consciente e inconsciente, el sujeto es el sustento y el soporte del sustrato lingüístico y textual que se expone a través de la verbalización de los sueños, actos fallidos, lapsus que se representan a través de recursos de condensación, desplazamientos e identificaciones. Esto tiene mucho que ver con la metáfora, la ironía, la metonimia, la elipsis ¿no os parece? Nuestra propia existencia como seres humanos no es nada más y nada menos que un entramado de narraciones que nos fundan como sujetos.
– Exacto, es la fórmula de Lacan: el inconsciente está estructurado como un lenguaje. El sujeto no sabe lo que dice o no dice lo que quiere decir, o cuando dice lo que quiere decir no sabe lo que está diciendo; no sabe que está diciendo algo que tiene que ver con la verdad en el momento mismo que se equivoca con las palabras, en el momento en que, y sin dejar de decir, no dice lo que quiere.
– Hoy tienes una claridad increíble.
– Lo que quiero decir es que son los fallidos los que prueban la existencia del inconsciente. Mediante esos fallidos el sujeto puede decir lo que no quiere decir. Estos fallidos tienen un sentido, tienen que ver con el deseo y con el movimiento de ocultamiento. Este deseo oculto aparece en la palabra.
– Volviendo a lo que comentabas antes relacionándolo con un pensamiento utópico, en la teoría psicoanalítica no hay “seres perfectos” ni en este mundo ni en otro, el psicoanálisis no es un platonismo. Si uno recuerda, como en Platón, lo que una vez supo, es que en algún lado hay un sujeto que sabe, ya sea en un pasado mítico o en algún “topos” celestial.
– ¿Pero todo esto no implicaría eximir al sujeto de sus responsabilidades? Me parece que los símbolos inconscientes marcan un determinismo en la estructuración individual de cada sujeto. Yo estoy mucho más de acuerdo con Sartre, creo que el ser humano es responsable de sus acciones, de sus elecciones.
– Seguro, pero eso no implica que no existan “razones” para que cada ser humano tenga una historia personal y colectiva que influya para que la elección sea una u otra. A mi no me parecen opuestas las ideas de “inconsciente” y “acción”. El reconocer que existe una historia personal que influye en la acción, no implica que el ser humano deje de actuar; muy por el contrario ese accionar podrá ser cada vez más libre, ligado a su presente.
– ¡Vamos! Pero si tú eres el más claro ejemplo de que eso no es así. Te he oído decir un montón de veces: tengo que hablar esto en mi análisis, mi analista dijo… suspendes la acción en espera de que la palabra aporte algo ¡tan grande! un entendimiento completo.
– Eres una traidora; yo creo que en realidad a ti te hubiera encantado tener un espacio de reflexión como ese, pero vas armada por la vida, con tus verdades absolutas sobre Marx, el existencialismo, la ONGS y todo eso.
-Nunca hemos discutido y no vamos a esperar al último día para hacerlo, chicas. Voy a distender un poco el tema sin irme de él. ¿Recordáis que hace unos años representé A puerta Cerrada de Sartre? Hay un texto que decía mi personaje –Inés- que me encantaba: ¡Olvidar! Lo siento a usted hasta los huesos. Su silencio me grita en las orejas. Puede coserse la boca, puede cortarse la lengua, ¿eso le impedirá existir? ¿detendrá su pensamiento? Lo oigo, hace tic tac, como un despertador y sé que usted oye el mío. Es inútil que se arrincones en su sofá, está usted en todas partes, los sonidos me llegan manchados porque usted los ha oído al pasar. Hasta el rostro me ha robado, usted lo conoce y yo no lo conozco… Aunque se quedara ahí, insensible, metido en sí mismo como un buda, y aunque yo tuviera los ojos cerrados, sentiría que ella le dedica todos los ruidos de su vida, hasta los crujidos de su traje, y que le envía sonrisas que usted no ve. ¡Nada de eso! Quiero elegir mi infierno; quiero mirarlos con todos mis ojos y luchar a cara descubierta.
– Es un texto maravilloso; creo que son las obras de teatro de Sartre las que mejor marcan su pensamiento. Lo que has dicho, resume perfectamente su idea de que el infierno son los otros, ese captarnos a nosotros mismo frente al otro y que el otro sea tan cierto para nosotros como nosotros mismos.
– El otro puede ser el infierno o el cielo según se mire.
– Eso lo dices porque estás enamorada. Por eso has pasado de sublimar con las palabras en todos los temas anteriores. No has hecho ni una intervención.
– No hay cosa más maravillosa en la vida que estar enamorada. Y no me importa que me llaméis utópica, inconsciente, loca, adolescente o menopaúsica en crisis. ¿Qué más da?
– Si alguna te dice eso, es pura envidia; no nos engañemos.
– Yo no tengo ninguna envidia, llevo veinte años enamorada.
– Pero eso no es lo mismo. Una relación estable de tantos años no se puede comparar con el vértigo del amor.
– Bueno, depende de la noción que cada una tengamos del término ¿no?
– Definamos como definamos al amor, de lo que no hay duda, para mí, es de que ese término está ligado totalmente a otro: la muerte. Los seres humanos conocemos nuestro triste destino, somos seres que morimos aisladamente en una aventura que no entendemos y que nos angustia. El amor, desde mi punto de vista, es un invento exclusivamente humano en el deseo de completarse, de volver a un todo, en ese buscar lo que nos falta. Esa, para mí, sería la esencia del amor, sustituir la discontinuidad entre dos seres por una continuidad que creemos maravillosa. Como consecuencia es una salida para la angustia humana.
– ¿Sabéis cuál fue mi canción preferida en buena parte de la adolescencia? Aquella de Pablo Guerrero que decía: Para huir de la muerte nos amaremos todo enteros, sin horarios ni ley, sencillamente, para huir de la muerte; diré que tus ojos son palomas de Picasso, para huir de la muerte. Se acerca bastante a lo que tú estabas diciendo.
– Exactamente, es una letra muy bella.
– Yo creo que vosotras os estáis refiriendo al amor adolescente, juvenil. A esa locura que es creer que el otro es cómo yo imagino y quiero que sea. A confiar en que los deseos se cumplen.
Para mí, ese amor es la propia muerte. No hay individualidad, no hay discontinuidad, ni límites, ni diferencias.
– ¿Puede existir un amor sin sentirse tan gratamente enloquecido?
– ¡Claro que sí! Un amor construido desde la aceptación de los propios límites. Desde la caída de ciertas idealizaciones personales podremos no exigir a nuestro amor que sea ideal. Se puede construir el amor desde el respeto a la individualidad. Estoy segura de ello.
– Pues yo creo que eso es otra cosa. Respeto, amistad, convivencia… pero el amor con mayúsculas es…es…
– Oye, me tengo que ir que he quedado con Pablo.
– ¿Veis? Esto es el amor, no pueden dejar de acostarse juntos ni una sola noche, y durante todas nuestras reflexiones, Pablo ha estado mostrándose en su rostro y su falta de palabra de forma especial.
– Bueno, es que como él dice: está muy dulzón. Y ¡no sabéis cuánto!
Levantamos la sesión con el regusto en los labios de la grapa que los camareros de aquel restaurante italiano-viejos conocidos nuestros- nos habían ofrecido- y nosotras habíamos aceptado.
También había regusto a cierta tristeza. Serena, pero tristeza. Los finales de algo siempre marcan el paso del tiempo como un reloj implacable.