(Basado en un fragmento de la novela Instantáneas de Pury Estalayo)
La feria anual siempre llevaba al barrio olor a patatas fritas y pepinillos en vinagre, ruido de tómbolas, tiros de escopeta para conseguir regalos y un tiovivo blanco y brillante que parecía ser el mismo cada año. Subí sonriendo a él, con los ojos plenos de luz, mientras mi madre me observaba desde abajo. Ella también había subido, en otro tiempo, al carrusel de la feria. Los caballitos ascendían y bajaban con sus crines y colas doradas reflejándose en los espejos del soporte del tiovivo. En uno de ellos, yo trotando con mi vestido nuevo verde y de muchos lazos. En cada vuelta, probaba a soltar la mano de mi caballo para saludar a mi madre y ella devolvía el saludo sin fallarme ni una sola vez. Pero en una de las vueltas, ya no estaba.
Miré con susto hacia dentro. Los espejos reflejaron, en ese giro, una imagen desconocida y arrugada, sin vestido verde ni lazos.
Cuando el carrusel paró, un chico alto y fuerte me ayudó a bajar. No entendí lo que me dijo: Vamos abuela, te llevo a casa. Nos tenías preocupados.